Una cuestión de solidaridad Lic Amilcar Renna y Gabriel De Biase

Una cuestión de solidaridad

Cuando veas una persona en frente tuyo, esa persona es tu hermano.”

Alberto Camus, Premio Nobel de Literatura

Esta frase con la que comenzamos parecería extraída de un libro sagrado pero surgió de Albert Camus, un hombre que se declaraba ateo. Nos habla de algo muy simple que no necesita de agregados de ningún tipo para ser profunda y aceptada por la mayoría de los seres humanos que se precien de tales: más allá de toda creencia religiosa, todo se reduce a lo elemental, cultivar el amor, que comienza por uno mismo para poder extenderse a los demás.

Dice Deepak Chopra: “Al verte (a ti mismo) con los ojos del amor resulta natural ver también al prójimo de ese modo”. Siempre todo debe comenzar por uno. No podemos exigir a los demás nada que no seamos capaces de ser o hacer por nuestra propia persona. Con esto no estamos hablando de individualismo, para nada. Simplemente que para pretender cultivar algo en los demás debemos dar el ejemplo primero, tenemos que saber hacerlo en nosotros. Además, nadie puede dar lo que no posee. “Nosotros debemos ser el cambio que queremos para el mundo”, decía Gandhi.

Amar implica muchas cosas y entre ellas está el ayudar. Muchas veces pasan por nuestra casa golpeando la puerta personas que nos piden que las ayudemos con algo que tengamos para darles. Nosotros, para sentirnos en paz con nosotros mismos, generalmente contribuimos con algo que tenemos para que ellos puedan paliar tan difícil situación, y eso, por supuesto, es necesario. Pero la verdadera ayuda pasa por otro lado, ya que eso no les soluciona el problema de fondo. Quizá ya es tiempo que nos detengamos a pensar una forma en que verdaderamente podamos ayudarlos, no sólo a pasar el momento, sino a salir de ese pozo donde se encuentran y puedan tener esperanzas y un proyecto de mejor futuro.

Sin embargo la mayoría de nosotros pensamos por qué debemos preocuparnos por ayudar a alguien que no conocemos si ya tenemos demasiado con nuestros propios problemas, o por qué buscarnos problemas ajenos si ya tenemos los nuestros resueltos. También solemos pensar que nada tenemos que ver o que no somos responsables de los problemas ajenos.

Este mundo del que muchas veces nos quejamos es el reflejo de nuestras almas, es nuestro espejo, es lo que hemos creado, por lo tanto una de las cosas que debemos tener en cuenta es que todos somos responsables de lo que le pasa al otro, al prójimo, al desconocido, a nuestro hermano o como queramos llamarlo. Desde simples actos hasta los hechos más profundos de la vida, todo lo que hacemos afecta de una u otra forma a los demás. Pongamos algunos ejemplos: ante el simple hecho de votar en los comicios electorales, ¿votamos sinceramente pesando en el candidato que creemos será mejor para la sociedad toda o el que favorecerá nuestros propios interesas particulares? Si somos dueños de una empresa, a la hora de pensar en el sueldo de nuestros empleados ¿le pagamos lo que realmente sabemos le alcanzará para cubrir los gastos de una vida digna o nos atenemos a lo que dicen los convenios laborales por más que éstos sean miserables? En algún momento del día ¿nos paramos a pensar sinceramente cómo podríamos hacer para cambiar este presente que nos agobia a todos o sólo pensamos cómo solucionar nuestros propios problemas? Y si creemos tener una solución ¿hacemos realmente algo por ponerla en práctica?

Si nos identificamos con la primera de las opciones de cada una de las preguntas estamos en condiciones de ser útiles a la sociedad. Si nos identificamos con la segunda, no tenemos derecho a quejarnos, debemos detenernos a repensar sobre nuestro rol en este mundo. La realidad brutal que nos rodea nos afecta a todos y necesita de nuestra unión para cambiarla.

LA DIFICIL TAREA DE LOGRAR LA UNIÓN CIUDADANA

A diario nos enteramos por los distintos medios de comunicación sobre cuestiones que nos afectan y de las que todos somos responsables. El presente es fruto de lo que hacemos o lo que dejamos de hacer, es donde nos encontramos, donde vivimos. Formamos parte de él.

Lo que debemos cambiar primero es nuestra forma de pensar y nuestra actitud frente a este presente pues si él es fruto de lo que hacemos, ya sea por acción o inacción, quiere decir que es posible transformarlo. Debemos tener la plena convicción de que somos un factor activo de la solución a los problemas y no conformarnos con ser víctimas pasivas de este sistema. Está en nuestras manos el cambiar lo que no nos gusta.

Una de las primeras cosas de la que debemos librarnos es lo que mencionábamos anteriormente y es el hecho de pensar que no tenemos nada que ver con el presente que nos rodea. Ya ha quedado demostrado que esto es falso, luego debemos ser conscientes de que podemos cambiar esta realidad pero para esto debemos liberarnos del individualismo y el miedo que nos ata y no nos deja ser. Si logramos esto tendremos gran parte de la batalla ganada pero debemos ser conscientes también de que hay grupos a los que esto no les conviene y nos pondrán grandes obstáculos para que no lo logremos.

Es así cómo, desde el poder, se ponen en funcionamiento los medios de comunicación que es a lo que estamos conectados en forma constante (irónicamente con la excusa de evadirnos de la realidad), ya sea la TV, el diario, la radio o Internet. Desde allí se nos intenta manipular agobiándonos con información sobre la inseguridad, inflación, crisis social, fallas en el poder judicial, corrupción en el gobierno, etc. Estos temas, si bien son reales, se convierten en una constante tal que contribuye a generar en nosotros todo lo que al poder le conviene: estado de pánico, agotamiento, inseguridad personal, aislamiento, pensamiento alienado y todo lo que a diario nos ahoga.

A través de los medios de comunicación los publicistas fabrican el consenso de la gente, ya sea para vender información, productos, servicios, candidatos políticos, etc. El cerebro humano (como el de muchos animales), está diseñado entre otras cosas para captar movimientos dentro del campo visual quedándose expectante ante determinados acontecimientos para ver qué sucede, ya sea por protección ante alguna posible amenaza, cazar la presa que servirá de alimento o en el tema sexual. Tanto los animales salvajes como nuestros antepasados lo sabían muy bien, todo se reducía a tres cosas básicas: defensa, alimento y procreación. Es por este motivo que sentimos el impulso instintivo de mirar.

Desde la televisión se nos tienta, se nos seduce constantemente con imágenes en movimiento sumándole a esto la violencia, lo morboso o la sensualidad de determinados programas, cautivando de esta manera nuestros instintos más primitivos. De este modo, hasta cierto punto, pueden manejarnos a través de los medios y sobre todo de la televisión. Todo este bombardeo informativo tiene un solo objetivo largamente meditado y sutilmente puesto en práctica y es el de crear una sociedad que viva inmersa en el miedo, el aislamiento personal, el individualismo y el sálvese quién pueda. Con esto se logra la dominación que les permite a estos grupos poder seguir alimentando su enriquecimiento desmedido y demencial sin que la masa intervenga para defender sus derechos. Cualquier parecido con la novela “1984” de George Orwell, es pura coincidencia.

Pero debemos darnos cuenta de una diferencia: los diarios, la radio y la TV son canales sólo de ida, ya que mediante ellos la información llega a los hogares pero no vuelve en forma inmediata. No permiten que el receptor pueda interactuar manifestándose y menos si va en contra de los intereses del medio o de los intereses que éste defiende. En cambio Internet sí, pues a la vez que emite información (como también un montón de basura), permite la creación de foros, blogs y demás, de manera gratuita donde la gente puede manifestarse y comunicarse entre sí en forma masiva sobre todo lo que piensa, siendo un medio más democrático que los anteriormente citados. De manera que el hecho de unir la lectura de libros con la posibilidad de manifestarse en forma masiva y gratuita a través de la red, nos confiere a los ciudadanos comunes una fuerza que nunca antes tuvimos.

Debemos dejar de seguir lavándonos las manos y asumir de una vez por todas un compromiso con lo que nos sucede pero como grupo. Generalmente pensamos que nuestro deber cívico terminó al momento de haber votado. Sufrimos día a día el problema de la delincuencia que crece mayoritariamente en los barrios marginales, fruto de la delincuencia de la clase gobernante y aún así no hacemos nada por intentar solucionarlo. Los argentinos (y sobre todo nosotros los santafecinos) sufrimos de una resignación muy cercana a la servidumbre.

Pero los fines de semana en la cancha, nos brota la valentía y entonces nos agarramos a golpes de puño, nos insultamos y hasta nos asesinamos porque el otro no condice con el color de nuestros “trapos”. Gritamos indignados por temas tan “importantes” como los malos arbitrajes en los partidos de fútbol, porque los DT`s no solucionan lo que todos sabemos cómo hacer o porque los jugadores no ponen en la cancha lo que tienen que poner. A la vez y a diario, desde los círculos de poder se nos pisotean los derechos más básicos sin que levantemos la cabeza o abramos la boca par decir algo, y es ahí cuando los que no ponemos lo que tenemos que poner somos la sociedad toda. La valentía que se nos enciende ante la hinchada contraria, a la hora de hacer valer realmente nuestros derechos, se apaga como por arte de magia. En resumen, ninguno de nosotros tenemos responsabilidad alguna ante el presente que padecemos. Seguimos encerrados en nuestras vidas sin importarnos lo que le pasa al prójimo, a nuestro vecino.

Independientemente de lo asuntos que se manejen en los altos círculos de poder, nosotros, la gran masa del pueblo, debemos sacudirnos el individualismo y comenzar a generar sociedad, y de una vez y para siempre, valores humanos que no sean negociables. Nuestro futuro como el de nuestra descendencia está en nuestras manos.

Basado en el libro “Capitalismo Salvaje”, de Amílcar Damián Renna y Gabriel Alberto De Biase.

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